| Resumen: |
La primera infancia, que abarca el período de la
vida del niño hasta los 8 años, es esencial para
su desarrollo cognitivo, social, emocional y físico.
Los acontecimientos que ocurren en los primeros
años de la vida –e incluso antes del nacimiento–
desempeñan un papel vital en la configuración
de los resultados sociales y relacionados con
la salud3. Asimismo, sirven de base para la
construcción del capital humano, ya que unas
niñas y niños sanos y ajustados socialmente
tienen más posibilidades de convertirse en
adultos económicamente productivos4.
Durante la primera infancia, en el cerebro
se establecen miles de millones de circuitos
neuronales, altamente integrados por medio de
la interacción de la genética, el medio ambiente
y la experiencia. Contrariamente a la creencia
popular, en los genes no está grabado de forma
permanente el desarrollo del niño. Los genes
determinan cuándo se forman los circuitos, pero
la manera en que estos circuitos se desarrollan
depende en gran medida de las experiencias de
los niños. De este modo, aunque los factores
genéticos ejercen una poderosa influencia, los
factores ambientales tienen la capacidad de
alterar los rasgos heredados de la personalidad5.
Los primeros años son formativos porque el
nuevo cerebro en desarrollo es muy plástico: su
sensibilidad al cambio es mayor en la primera
infancia y disminuye con la edad. Aunque las
oportunidades para la adquisición de destrezas y
la adaptación del comportamiento permanecen
abiertas durante muchos años, tratar de
cambiar el comportamiento o adquirir nuevas
habilidades más adelante requiere un mayor
esfuerzo. Debido a la influencia excepcional de
las experiencias tempranas sobre la arquitectura
del cerebro, los primeros años de vida suponen
una gran oportunidad, pero también son más
vulnerables. El desarrollo cerebral óptimo
requiere un ambiente estimulante, unos
nutrientes adecuados y una interacción social
con cuidadores atentos6. |